Las huelgas han perdido fuelle como fórmula de protesta de los trabajadores. Según el Consejo Económico y Social la conflictividad laboral en España a lo largo de 2015 ha entrado en mínimos por lo que se refiere a los 40 años de democracia. Durante todo ese año se produjeron 615 huelgas. La cifra supone menos de la tercera parte de las que se vivieron anualmente en los años más duros de crisis o en los setenta y ochenta del siglo pasado en que alcanzaron cifras muy importantes. En los años setenta se vivieron importantes huelgas durante el franquismo, pero se estrenaron legalmente con la democracia y los españoles de entonces la recibieron como los niños los zapatos nuevos; en los ochenta la reconversión industrial a que obligó la entrada en Europa incendió el mundo laboral de los sectores más afectados y llevó a una huelga general, seguida de forma masiva, en 1988 siendo presidente de gobierno Felipe González. Eran tiempos en que la UGT y CC.OO. estaban lideradas por Nicolás Redondo y Marcelino Camacho.
Ha disminuido hasta mínimos no sólo el número de huelgas, también el de participantes. Los huelguistas a lo largo de 2015 fueron 170.528, lo que significa que sólo el 1´1 % de los trabajadores participó en algún conflicto, en la mayor parte de los casos en el ámbito privado.
¿Por qué los trabajadores no acuden a la huelga cómo método reivindicativo?
Hay respuestas para todos los gustos. Desde las que apuntan a la gran facilidad con que, tras la reforma laboral, puede despedirse a un trabajador y participar en una huelga, que es un derecho constitucional, puede significar la pérdida del puesto de trabajo, aunque se enmascare con otras motivaciones, hasta las que señalan que la recuperación de la economía está haciendo bajar la conflictividad social. Sin embargo, la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores que, en muchos casos, afrontan salarios de miseria, la temporalidad de muchos trabajos y el elevado número de los que piensan que la situación económica es mala o muy mala, según las encuestas que publica periódicamente el Centro de Investigaciones Sociológicas, deberían hacer que la conflictividad laboral tuviera una intensidad mucho mayor.
Otra razón es la pérdida de credibilidad de los sindicatos que, en el caso de la UGT y de CC.OO es muy elevado. Ese descrédito hace que los trabajadores no respondan a sus llamadas. Los casos de corrupción entre los sindicatos han sido tan numerosos como entre los políticos y al desprestigio de estos equivaldría uno parecido en los primeros. Los trabajadores no se juegan el salario y, tal y como está el patio algo más, mientras en los sindicatos se ha hecho, por ejemplo, un uso fraudulento de los cursos para desempleados, gastándose el dinero en pagar comidas, viajes o regalos injustificables, aunque hayan pretendido justificarlos.
En la España de hoy es inimaginable una movilización como la que se vive en Francia contra la reforma laboral que propugnan los socialistas en el gobierno y que es similar a la que el PP aprobó para España. Esa desmotivación quizá tenga también un componente relacionado con los valores que hoy priman en nuestra sociedad donde el espíritu de lucha, sacrificio o la misma solidaridad no están, precisamente, en alza.
Las huelgas no molan hoy en España. No sabría decir si esa es una buena o una mala noticia.
(Publicada en ABC Córdoba el 23 de julio de 2016 en esta dirección)